Sergio Ramírez: «Nicaragua es como Cuba, ya llegó el momento del partido único»

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez está en España con motivo de la celebración en nuestro país de su festival Centroamérica Cuenta, y la presentación de su última novela, 'Tongolele no sabía bailar' (Alfaguara), en la que habla sobre las protestas de 2018 en Nicaragua, que sale este jueves a la venta. Su visita se produce unos días después de que la Fiscalía nicaragüense le acusara de varios delitos -incitación al odio, conspiración, lavado de dinero…- y dictara una orden de detención, en ausencia, pues el premio Cervantes, y quien fuera vicepresidente de Daniel Ortega durante su primer mandato (1985-1990), hace tres meses que se había exiliado por segunda vez a Costa Rica (la primera fue para huir

de la dictadura de Somoza). A esto se suma la prohibición de la novela en su país, detenida en la aduana desde hace días. Todo ello ha provocado una inmensa oleada de solidaridad y apoyo, por parte de gobiernos, instituciones y escritores, hacia Ramírez, quien gracias a su novela, y a la respuesta represiva del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, ha vuelto a poner la crisis política y de derechos humanos que sufre Nicaragua en el foco internacional.

Con las acusaciones y la orden de detención, Daniel Ortega y Rosario Murillo le han querido convertir en un villano, y al final le ha convertido en héroe, a la vista de la repercusión y los apoyos que ha recibido…

En Nicaragua todo el que va a la cárcel se vuelve un héroe para la gente. Una de las grandes virtudes que ha tenido esta torpeza de estas dos personas es que unieron a la gente, porque antes de que comenzara esta cacería había muchas distancias políticas en el país: ideológicas, intransigencias… Y eso estaba haciendo muy difícil un proceso de unidad, partidos que se rechazaban unos a otros… Algo muy habitual en América Latina, ¿no? Ahora hay gente que tiene unas grandes diferencias políticas presa en la misma celda, compartiendo una lata de leche, como Víctor Hugo Tinoco, que fue vicecanciller del país, y embajador de las Naciones Unidas, rebelde sandinista contra Ortega, y Pedro Joaquín Chamorro Barrios (hijo de la expresidenta Violeta Chamorro), que están compartiendo la misma lata de leche. Estas torpezas tienen consecuencias que no son deseadas por quien las lleva adelante.

Usted insiste que la orden de detención es consecuencia de su último libro, ‘Tongolele no sabía bailar’ (Alfaguara), en el que novela las protestas de 2018 que dejaron cientos de muertos, pero también tiene que ver con su pasado como revolucionario y vicepresidente de Ortega, que después decidió formar su propio partido y enfrentarse a él en las elecciones. ¿No hay algo de revancha, de venganza en su persecución?

Todo eso se acumula, han sido tantos años… (El régimen) ha estado midiendo los riesgos sobre ir contra mí, y siento que esos muros empezaron a caer cuando me llamó la Fiscalía para declarar contra Cristiana Chamorro. Yo sabía que estaba entrando en un estado de indefensión. Tenía que precaverme. Habían capturado a Hugo Torres, un guerrillero que había sacado a Ortega de la cárcel; y a Dora María Téllez, que era una heroína de la revolución… Se estaban rompiendo todos los diques. Cualquier seguridad que yo pudiera tener por el escándalo internacional que se produciría si me agredían a mí empezó a cambiar en mi mente. Cuando yo salí de Nicaragua, en junio, cuando ya estaba bajo arresto Cristiana, en el mismo avión que viajaba de Miami a New Orleans, donde tenía una revisión médica, me crucé con Arturo Cruz (otro precandidato detenido), al que ya estaban facturando abajo… De eso me enteré cuando llegué a mi destino. Me di cuenta que mi regreso era muy arriesgado, porque siguieron capturando a más personas: dirigentes políticos de cualquier orientación… Por ello decidí regresar directamente a Costa Rica.

—¿Cuándo cambiaron las cosas para usted?

Cuando yo comencé la promoción de mi novela. El contenido hizo que las preguntas fueran muy políticas. Concedí una entrevista en México, que seguramente no cayera bien, y cuyas declaraciones fueron recogidas por medios de Nicaragua. Después me enteré de que la novela estaba retenida, y que le habían pedido a la editorial un resumen de la novela. Algo que está fuera de toda lógica. La editorial dijo entonces que esperásemos, pero yo sabía que se trataba de censura política, no la van a dejar. Entre que no la dejaron entrar y la orden de detención contra mí, no hubo mucho tiempo.

En el libro habla de cosas de sobra conocidas en Nicaragua, como algunos de los episodios más dramáticos durante las protestas de 2018, pero también de las luchas de poder en el interior de la maquinaria represiva… ¿Qué tema le ha molestado tanto al régimen como para prohibirlo?

Creo que el carácter esotérico del régimen, eso parece lo más sensible. Narrar en una novela la naturaleza del régimen de Nicaragua, esto del esoterismo, de la brujería…, lo del consejero aúlico, que son adivinadores, eso existe; los árboles de la vida como símbolo del poder mágico…

Eso árboles fueron idea de la vicepresidenta y esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, de quien dice usted en la novela es «la cabeza ejecutiva del gobierno».

La más ofendida es ella, claro. Y las cajas chinas, que van y vienen… Y eso que hubo cosas que ya no pude incluir en la novela, porque no había más sitio. Otra cosa que es muy singular es que ahora las reuniones del gobierno se hacen alrededor de una estrella ardiendo de cinco puntas. Es increíble. Se traza un círculo y los ministros se sientan alrededor. Es como un aquelarre. Y utilizan un dron para que se vea la estrella completa.

Cuando usted concluía su novela, el régimen aprobaba una batería de leyes en Nicaragua, que después ha utilizado para emprender una cacería contra candidatos, líderes opositores, periodistas, y ahora escritores, de cara a las elecciones del 7 de noviembre ¿Usted era consciente entonces de lo que iba a suceder?

Sí, esas leyes eran para preparar la represión. En Nicaragua hay mucha ingenuidad política de gente que sitúa en el plano un país con una democracia deteriorada donde es posible tener elecciones. Y que si se llama a organismos internacionales para monitorizar las elecciones, los resultados al final van a ser respetados. Pero mi convicción es la contraria. Yo estaba seguro de que Ortega jamás va a conceder una derrota electoral otra vez en su vida. Ya tuvo suficiente con haber concedido la derrota ante Violeta Chamorro, en 1990. Y menos se la va a conceder a una hija (Cristiana Chamorro). Eso hubiera sido una doble humillación para él. Una campaña electoral en Nicaragua, donde la gente sale a la calle a manifestarse, eso se hubiera transformado rápidamente en otro ‘abril de 2018’. Y él no estaba dispuesto a tolerar nada de eso. Ahora no hay campaña electoral, la redujeron a un mes…

¿Y quién va a participar, si el régimen ha prohibido a los principales partidos de la oposición y ha encarcelado a los candidatos presidenciales?

Sus candidatos de mentira, porque fabricaron candidatos… La idea de que en Nicaragua pudiera haber elecciones, aún limitadas, me pareció siempre absurda. En la lógica del poder está no volver a conceder una derrota electoral. Que el poder es eterno. Jamás van a bajarse de él. Eso crea incertidumbre en el país. Incluso cuando estaban los candidatos presos, todavía había gente que decía que había que ir a las elecciones de cualquier modo, porque los espacios que no se llenan, en política se pierden.

¿Nicaragua se puede convertir en otra Cuba?

Quizá de algún modo, sí. La tendencia de Ortega es ir hacia el partido único, ya es un partido único porque estos partidos que acompañan a las elecciones son formaciones fabricadas por ellos mismos, son partidos fieles. Me da mucha risa porque cuando uno ve las listas de candidatos a diputado, hay algunas en las que aparecen cuatro o cinco hermanos, que los han ido a buscar para rellenar. Él (Ortega) va a conceder 15 o 20 diputados a sus más fieles, a los que le hacen el juego. Pero perder la posibilidad de tener la absoluta mayoría en la Asamblea Nacional, perder el control del Ejército, el de la Policía, el control de los jueces, de la Corte Suprema, del Tribunal de Elecciones… Eso nunca. Eso es Cuba, con otro disfraz. Porque Cuba no es más que el Partido Comunista, y aquí (en Nicaragua), bien o mal, hay una serie de partiditos de mentira, pero el momento del partido único ya llegó.

¿Hay alguna manera de que Nicaragua salga de esta crisis política?

Tiene que haberla, pero yo no escogería una guerra civil. Creo que tiene que haber una transición democrática, con Ortega, pero que lleguemos a un momento en el que haya un cambio, pero sin guerra.

Usted aparcó la literatura por la Revolución Sandinista, después fue vicepresidente en el primer mandato de Ortega, y más tarde formó su propio partido, para abandonar la política poco después y regresar a la literatura. ¿La palabra es más potente que una ametralladora, como afirma en la novela?

La literatura era mi vocación, nunca me sentí un político. Si me hubiera sentido político me hubiera quedado. En 1996 desafíamos a Ortega saliendo del FSLN y creando un partido distinto (que actualmente se llama Unamos). Sacamos muy pocos votos, porque había mucha polarización en el país. Pero a un candidato que tiene esa vocación, esa necesidad por la política, como para mí es la literatura, una derrota no le arrendra. Yo ví la oportunidad de volver a la literatura y es a lo que he estado dedicado desde 1996. Nunca volví a participar en ningún partido político. Pero entiendo, que yo sigo siendo escritor, abogado –que nunca fui (bromea)– y político. Pero no me considero un político, me considero un escritor que habla de política, y tengo el derecho humano a ejercer ese derecho. Hay muchos escritores que no ejercen ese derecho, pero yo creo que mi deber como ciudadano es hablar.

Ahora está de gira de promoción por Europa, pero su base la tiene en Costa Rica, país que ha acogido a más de 100.000 exiliados nicaragüenses que huyen de Ortega. Recientemente varios opositores han sido atacados allí, presuntamente por elementos infiltrados por el régimen. ¿Teme usted por su seguridad?

Ya van tres atacados. La frontera entre Costa Rica y Nicaragua es muy porosa, y el régimen puede infiltrar bandas, paramilitares y matones. Lo que sucede es que en un régimen democrático como Costa Rica la habilidad o la fuerza que tienen los organismos de inteligencia son muy limitados.

Pero, ¿no tiene miedo…?

Sí, claro, pero lo que uno hace es administrar el miedo.

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Fuente: ABC