Nueva York llora a sus muertos, con unos Estados Unidos en crisis

Las campanas fueron lo único que sonó en las inmediaciones del World Trade Center de Nueva York, este sábado a las 8.46 de la mañana. Veinte años antes de ese instante, un avión secuestrado por Al Qaida se estrellaba contra la hermana Norte de las Torres Gemelas, en el inicio de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En medio de un silencio sobrecogedor, doblaban las campanas para recordar sus muertos -casi tres mil- desde la capilla de St. Paul, uno de los símbolos de aquel episodio trágico. Es la iglesia más antigua de Manhattan y, de forma milagrosa, sobrevivió a los ataques. Mientras las torres se derrumbaban y otros edificios veían su estructura dañada de forma mortal, la pequeña capilla de 1766 se mantuvo en pie con insolencia. Durante meses después de los ataques, fue un centro de operaciones para bomberos y personal de emergencia.

St. Paul representa la fortaleza de EE.UU., que se puso a prueba en aquellos atentados y que ahora, veinte años después, está cuestionada. El presidente del país, Joe Biden, viajó a Nueva York para unirse a supervivientes, familiares de víctimas y autoridades en un aniversario marcado por el momento bajo de su mandato.

El 11 de septiembre estaba en el calendario como una fecha triunfal para Biden. Optó por el simbolismo de elegirlo como la fecha de la culminación de la retirada de las tropas de Afganistán, la guerra que EE.UU. eligió como respuesta a los atentados del 11-S. En lugar de poder celebrarle una salida limpia de una guerra que hace ya años era impopular, Biden es el responsable de un fiasco mayúsculo, una evacuación desorganizada y trágica, que deja a Afganistán en manos de los talibanes -a quienes se combatió por proteger a Al Qaeda-, con el cierre de la sangre derramada por trece militares estadounidenses en un atentado suicida en Kabul. Al mismo tiempo, Biden contaba con que la pandemia de Covid-19 -con abundancia de vacunas en Estados Unidos- estaría bajo control a estas alturas, pero la variante Delta y la negativa de muchos estadounidenses a vacunarse ha descarrilado esos planes: los contagios, hospitalizaciones y muertes se han disparado, una situación que también amenaza la recuperación económica.

Llamada a la unidad

Biden llegó a la Zona Cero acompañado de dos familias presidenciales demócratas: Barack y Michelle Obama y Bill y Hillary Clinton. No estuvo Donald Trump pero sí uno de sus grandes aliados en la lucha contra el resultado de las elecciones presidenciales del año pasado: Rudy Giuliani, que era el alcalde de Nueva York en el momento de los ataques.

De forma sorprendente, Joe Biden no habló este sábado desde el memorial del 11-S, las dos fuentes excavadas sobre las huellas de las Torres Gemelas. Tampoco lo hizo en los otros dos escenarios de los atentados, a los que viajó después: la zona rural de Pensilvania en la que cayó uno de los aviones secuestrados -los pasajeros y la tripulación sabían de lo ocurrido en Nueva York y se enfrentaron a los terroristas- y el Pentágono, en Washington, donde se estrelló otro.

Lo único que se pudo escuchar del presidente llegó en la víspera, con un mensaje grabado en vídeo. Fue, sobre todo, una llamada a la unidad del país, en un momento de máxima polarización, todavía bajo la sombra del asalto al Capitolio del 6 de enero. En aquella ocasión, una turba de seguidores de Trump, que sostuvo y sostiene que las elecciones por las que Biden llegó a la Casa Blanca fueron un fraude, irrumpió con violencia en la sede de la soberanía popular para evitar la certificación del candidato demócrata como ganador.

Biden aseguró que la unidad no significa que todo el mundo piense lo mismo, sino que los estadounidenses compartan «un respeto y una fe fundamentales los unos hacia los otros». También que un «verdadero sentido de unidad nacional» surgió tras el 11-S, cuando EE.UU. en bloque se comprometió a combatir el terrorismo.

No se escuchó la voz del presidente, pero sí la de algunos familiares de las víctimas y de supervivientes. Y, sobre todo, los nombres de todos los fallecidos, uno por uno, en una letanía que se alargó hasta entrada la tarde. Solo la interrumpían los momentos de silencio dedicados los episodios clave de los atentados: el impacto del primer avión en la torre Norte (8.46), el segundo avión en la torre Sur (9.03), el tercero en el Pentágono (9.37), el desplome de la torre Sur (9.59), el accidente del cuarto avión en Shanksville, Pensilvania (10.03) y el derrumbamiento de la torre Norte (10.28). Después de cada uno de ellos, hubo una actuación musical: desde el himno del país hasta la aparición de Bruce Springsteen, acompañado de una guitarra, que cantó ‘I’ll see you in my dreams’ (‘Te veré en mis sueños’).

Entre silencio y actuaciones, seguían sonando los nombres de los fallecidos aquel día. Muchos de ellos eran compañeros de Mike, que pertenecía al cuerpo de bomberos de Nueva York (FDNY, en sus siglas en inglés), el colectivo más afectado por la tragedia. «Todos los héroes que no pudieron volver a casa es lo que me duele de verdad», decía a este periódico sobre esas pérdidas en las inmediaciones de la Zona Cero, donde no podía entrar el público. Iba vestido con una camiseta del FDNY, que perdió a casi 350 de sus miembros. Él pertenecía a una estación de Brooklyn y vino hasta aquí tras los ataques. Sobrevivió al derrumbe de las torres, convertidas en una trampa mortal para muchos de sus compañeros. «No soy muy consciente de lo que pasó aquel día, la adrenalina te hace trabajar en el caos», aseguraba sobre un momento «para el que nadie está preparado. Solo sabíamos que era horrible».

Mike, como muchos que participaron en labores de rescate, ha sufrido cáncer por la inhalación del polvo tóxico que dejaron los derrumbes. Aquello convirtió las calles de esta zona, hoy impolutas, entre rascacielos refulgentes de nueva creación, en un mar de ceniza. Como este bombero, muchos neoyorquinos se concentraron en las inmediaciones de la Zona Cero, en un ambiente de recogimiento y recuerdo. Entre ellos, Paul, con una gran bandera estadounidense apoyada sobre su cuerpo. «Es un día muy duro», reconocía. «Vengo para asegurarme de que esto no se olvida, que por desgracia es lo que está pasando en EE.UU. Cada vez se reconoce menos a la gente que cayó aquí, y yo vengo a mostrar mi respeto».

Un día radiante

Cerca de él, una azafata de vuelo de Suiza, en tránsito en Nueva York, se acercó hasta la confluencia de las calles Fulton y Dey, justo en frente del espectacular intercambiador que el arquitecto español diseñó para el nuevo World Trade Center. Ella trabajaba hace veinte años en el sector de la aviación y el impacto «fue demoledor». Pero la tragedia también le tocó en lo personal: un amigo de la infancia de su marido viajaba en el avión que se estrelló contra la torre sur. «Es muy triste y emocionante a la vez», aseguraba con la mirada puesta en el 1 World Trade Center, el gran rascacielos que emergió en sustitución de las Torres Gemelas, el más alto de EE.UU. en la actualidad. De fondo, un cielo azul puro, sin rastro de nubes, igual que el que los neoyorquinos recuerdan de la mañana del 11 de septiembre de 2001 antes de que llegaran los aviones secuestrados. En pocas horas, el lugar se convirtió en un infierno, oscurecido por una gran nube de ceniza. La culminación del fracaso en Afganistán, la brecha política entre estadounidenses y la pandemia pertinaz hacen que este año su recuerdo sea más duro que nunca.

Ver los comentarios
Fuente: ABC