La lotería del VIH: nos puede tocar a cualquiera

Cuando Tomás Soto recibió el diagnóstico de VIH, la primera persona que le juzgó y le discriminó fue él mismo. Antes de decírselo a nadie ya se había estigmatizado: «¿qué pensaran mis amigos y mis padres?».

Es lo que se denomina el autoestigma y lo padecen muchas de las persona que reciben un diagnóstico de VIH. Nos lo explica Loli Fernández, a quién el VIH sorprendió cuando tenía solo 25 años, en 1990. «Se trata de un sentimiento de culpa porque pensamos que hemos hecho algo malo… pero ¿qué hemos hecho mal? Hay una especie de falsa moral que dice que si te has infectado es por tu culpa. Y no es verdad».

Loli pasó dos años sin decírselo a nadie con un sentimiento de soledad profunda. Los años 90 eran inciertos y había pocos tratamientos disponibles (la revolución en el tratamiento del VIH no llegaría hasta el año 1996). Solo lo sabían ella y su pareja, hasta que 5 años después de no compartir su diagnóstico con casi nadie, llegó al Comité Ciudadano Anti-SIDA del Principado de Asturias (CCASiPA) donde inició un proceso de recuperación personal, se fue formando en los diferentes ámbitos relacionados con el VIH y participó en los programas y actividades que en ese momento se llevaban a cabo en CCASiPA.

Loli piensa que el problema del autoestigma es que se ha interiorizado un sentimiento de culpa y nos hace juzgarnos de una forma muy inflexible. Y, en realidad, «no desvelamos nuestra condición de VIH porque pensamos que los demás nos van a juzgar de la misma forma que lo hacemos nosotros. Y esto no ocurre con otras enfermedades, como el cáncer».

Esto es lo que le pasó a Tomás, cuando con 25 años le diagnosticaron de VIH. «Se me cayó el mundo, mi cerebro se colapsó», dice este estudiante de 27 años. «Pensaba que VIH era sinónimo de sida y, casi, de muerte. ¡Mira lo poco informado que estaba yo en pleno siglo XXI!».

Pero mi médica fue explicándomelo todo muy despacio, «que había tratamiento», que «tenía que tomarlo todos los días», que «cada vez había menos efectos adversos» y que «podía tener una vida normal».

Y las cosas mejoraron cuando se lo contó a sus padres. «Les pedí perdón, imagínate el estigma personal que tenía». Su madre le abrazó y su padre le dio una charla sobre el VIH. «Sabía un montón, y yo solo quería un abrazo».

A Antonio Serrano, que trabajaba como profesional sanitario en un centro de personas con VIH, le ocurrió algo similar cuando se lo contó a sus padres. «Mi madre me dijo: no pasa nada, tu pastilla todos los días y ya está. ¡Mira lo bien que les había enseñado yo!»

Pero el estigma de los demás sigue presente. Así nos lo cuentan estas tres personas que representan a diferentes generaciones. Loli tiene 55 años, y se enfrentó al VIH en la década de los 90, Antonio 32 y Tomás 27. De alguna manera, dice Loli, «la sociedad tienen memoria y se ha quedado con mensajes cargados de prejuicios como los ‘mal llamados grupos de riesgo’. Es el tabú del sexo. El VIH no tiene nada que ver con el número de parejas que tengas».

Lo sabe bien Antonio que nos cuenta que lo suyo tiene un poco de «delito», pero esto demuestra que nos puede pasar a cualquiera.

Loli lo compara con la lotería. «Millones de personas juegan cada año a la lotería y solo les toca a unos pocos». Como dice Antonio, «nos puede tocar a cualquiera de nosotros. No es que yo sea más promiscuo que los demás, de hecho yo, al trabajar donde lo hacía, tomaba todas la precauciones en mis relaciones».

A Antonio le duele especialmente el estigma de sus compañeros de profesión. No de donde trabajo, sino de algunos profesionales de enfermería y médicos. «No profesionales en enfermedades infecciosas, que tienen un conocimiento y trato increíble, sino de otras áreas que demuestran, a veces, cierto desconocimiento y falta de empatía».

Nos lo corrobora Loli. «A veces hemos oído comentarios en algunas consultas y hospitales que más bien parecen de otras épocas». Está claro que el gran avance que se producido en el campo médico y científico en el VIH no se ha correspondido en el social, apunta.

Ahora cada uno de ellos tiene preocupaciones diferentes. «A mi me preocupa aprobar mis exámenes y terminar la carrera. ¿El VIH?, no», señala Tomás.

Y lo mismo piensa Antonio. «En el VIH me preocupa que se deje de atender a las personas con VIH, pero no como un tema de salud personal», nos cuenta el presidente de VIHsibles.

Ver los comentarios
Fuente: ABC