La batalla política por la renovación del Supremo de EE.UU. es cosa de mujeres

La resaca de la muerte de Ruth Bader Ginsburg, la juez del Tribunal Supremo e icono progresista de EE.UU., ofreció este fin de semana imágenes de la brecha que separa al país. En la escalinata del alto tribunal, en Washington, o en la acera de la casa en la que Ginsburg creció en Brooklyn, se alargaban las vigilias, con tono sombrío, iluminadas con velas, cantos de «Amazing Grace» y carteles que decían «Respetad su deseo», en referencia al último llamamiento de la juez: que su reemplazo se elija después de la elección del 3 de noviembre. En los mítines de Trump, eléctricos, como en el de la noche del domingo en Fayetteville (Carolina del Norte), es otra historia. Los entusiastas del presidente han encontrado un nuevo cántico, que dominará el resto de la campaña electoral: «Fill the seat», «Ocupa la vacante», coreaban.

La renovación del Senado es una batalla política de altos vuelos (el tribunal tiene un peso enorme en la configuración del país) que impacta de lleno en las elecciones. Los republicanos, que controlan la presidencia y el Senado –los dos órganos decisivos en la elección de jueces–, tienen una oportunidad de oro para reforzar la línea conservadora del tribunal y perpetuarla durante muchos años (los jueces del Supremo son cargos vitalicios).

En esta guerra, las primeras protagonistas son mujeres. Lo fue Ginsburg, despedida –tanto por demócratas como republicanas– como una figura reverenciada en los progresos por la igualdad de género. Pero lo será también su sustituta, según ha reconocido Trump, que busca nominar y confirmar con rapidez a la nueva juez. Un proceso en el que el primer obstáculo serán, de nuevo, son dos mujeres, dos defectoras republicanas en el Senado.

Trump aseguró el domingo que el reemplazo de Ginsburg será «con mucha probabilidad», una mujer. Es una decisión que se esperaba. Elegir a un hombre hubiera exacerbado todavía más los ánimos del electorado demócrata, que amenaza con una movilización que expulse a Trump de la Casa Blanca y devuelva la mayoría en el Senado a los demócratas. La elección de una mujer acerca al presidente a un electorado clave: el de las mujeres suburbanas, de corte moderado, en estados decisivos, que podrían optar por inclinarse por el centrismo del candidato demócrata, Joe Biden.

Las dos favoritas son dos juezas conservadoras, Amy Coney Barrett y Barbara Lagoa. El presidente dijo que ambas podrían hacer un trabajo magnífico y que son «muy respetadas».

Las dos candidatas de Trump

Amy Barret, conservadora de libro

Con Barrett, Trump daría otro regalo al electorado conservador que le aupó en 2016. Asistente de Antonin Scalia -referente judicial conservador-, madre de siete, creyente y con posibilidad de dar la vuelta a la regulación del aborto. Sería, además, la jueza más joven del tribunal (48 años), lo que aseguraría esa impronta ideológica durante generaciones.

Barbara Lagoa, gancho hispano

Además de un historial judicial de enjundia -fue elegida el año pasado para la instancia inferior al Supremo con el beneplácito de los demócratas-, Lagoa aporta un activo a corto plazo: es de Florida y de origen cubano, en un momento en el que Trump necesita ganar ese estado y mejorar en el voto hispano.

Cuatro defecciones

En el Senado, que deberá confirmar la nominación de Trump, la mayoría ajustada de los republicanos les permite solo cuatro defecciones. Las dos primeras han sido mujeres, dos de las republicanas más moderadas de la cámara alta, Lisa Murkowski (Alaska) y Susan Collins (Maine). Ambas han asegurado que respetarán el precedente de 2016, cuando los republicanos, también con mayoría en el Senado, bloquearon durante ocho meses a un juez nominado para el Supremo porque era un año de elección presidencial.

Ahora, a 43 días días de la elección, y empezando por su líder, Mitch McConnell, han cambiado de opinión. Los republicanos justifican el bandazo en que la situación es ahora distinta -el presidente y el Senado eran de distinto color político, al contrario que ahora-, aunque hace cuatro años esa no fue la explicación que se dio.

Algunos, como Lindsay Graham, han tenido que comerse sus palabras. En 2016 dijo con claridad que se podrán «utilizar mis palabras contra mí», cuando defendió que si hay un presidente republicano y hay una vacante en el último año de su primer mandato habría que esperar a las elecciones.

Murkowski, al contrario, defendió ayer que «debe aplicarse el mismo estándar» que se utilizó en 2016. En la víspera, Collins dijo que, igual que los republicanos defendieron hace cuatro años, el presidente elegido en las elecciones debería ser quien elija al nominado. Con ellas dos no basta. Mitt Romney, un senador crítico con Trump, podría sumarse al grupo. Algún otro, como Charles Grassley, dijo recientemente, pero antes de que muriera Ginsburg, que habría que esperar. Está por ver si también cambiará de opinión.

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Fuente: ABC