Hospital Gregorio Marañón: Zona cero de la pandemia de Covid-19 en Europa

Transformar la biblioteca en una unidad de cuidados intensivos. Hacer del gimnasio un área de observación de urgencias o convertir un hotel en una dependencia sanitaria. Estas son algunos de las adaptaciones que llevó a cabo el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, premio ABC Salud al Mejor Hospital Público, para asistir al aluvión de pacientes que padecían el Covid-19. Una enfermedad infecciosa causada por el coronavirus SARS-CoV-2 que se propagó sin control hasta convertirse en una pandemia que aún sacude el mundo. Una pandemia que obligó al Marañón a estar casi al 100% dedicado a la asistencia de pacientes Covid. Hasta el punto de convertirse en uno de los centros europeos que más pacientes ha atendido; con 1.064 ingresados durante el pasado 29 de marzo.

Para hacer frente a tal volumen de demanda asistencial, se crearon equipos multidisciplinares liderados por expertos en el tratamiento de esta patología, apoyados por facultativos de otros servicios. Los 8.500 trabajadores del Gregorio Marañón tuvieron que resolver cientos de problemas y desafíos. El centro hospitalario puso en marcha iniciativas innovadoras que permitieron mejorar la atención y la calidad de vida de los pacientes afectados por el coronavirus. Como garantizar la seguridad de las madres gestantes mediante la creación de circuitos específicos para pacientes Covid. A su vez, se creó el primer programa multidisciplinar para atender sus secuelas físicas, nutricionales y psicológicas. Sin olvidar la necesidad de apoyar emocionalmente a los pacientes y sus familiares ante una situación de caos e incertidumbre.

El Hospital Gregorio Marañón reforzó su equipo de psicólogos y psiquiatras para apoyar también a sus profesionales sanitarios, quienes trabajaron en circunstancias excepcionales. Así lo explica el director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón, Celso Arango: «Los sanitarios se enfrentaron a algo desconocido. La demanda y la cantidad de trabajo era enorme y tuvieron que tomar decisiones vitales, como decidir quién debía ingresar. Muchos estaban haciendo un trabajo que normalmente no desarrollaban: teníamos pediatras u otorrinos que no eran especialistas en enfermedades infecciosas». Cada día fallecían varios pacientes en el hospital y ni siquiera podían darles la mano. «Todo esto generaba una carga emocional en los sanitarios que podía causarles múltiples problemas, como que se paralizasen o angustiasen en el trabajo o desarrollasen problemas de insomnio», indica.

Se crearon grupos de clínicos en turnos de mañana, tarde y noche durante los siete días de la semana para que los profesionales sanitarios se liberaran, en la medida de los posible, de esa carga emocional y que no se la llevasen a casa. «Aún mantenemos esos grupos actualmente», cuenta Arango.

Las madres gestantes también fueron las pacientes que se beneficiaron de las iniciativas del hospital. Se crearon circuitos específicos solo para ellas. «Duplicamos las camas dedicadas a las embarazadas con circuitos totalmente independientes para pacientes sin sospecha de coronavirus y aquellas con sospecha o infección activa por el virus», explica el jefe del servicio de obstetricia y ginecología del Gregorio Marañón, Santiago Lizarraga. Su aislamiento ha sido total. Como señala el clínico, «en todo este periodo de tiempo no hemos tenido ningún efecto no deseado ni accidente de transmisión intrahospitalaria de la enfermedad entre las pacientes».

Huellas físicas y emocionales

Otro de los hitos del Hospital Gregorio Marañón fue crear el primer programa multidisciplinar post-Covid para atender las enormes secuelas físicas, nutricionales y psicológicas de los pacientes. Según apunta el neumólogo y uno de los coordinadores del programa, Javier de Miguel, «nos dimos cuenta de que muchos habían estado ingresados en la UVI una media de 50 días. Todos arrastraban consigo una serie de déficits que eran comunes. Entre ellos, la pérdida de masa muscular hasta el punto de ser incapaces de mantenerse de pie. Así como problemas nutricionales tras haber estado alimentándose por medio de vías venosas o sondas nasogástricas. Este programa se pone en marcha desde que el paciente abandona la UVI, o incluso desde la propia UVI y se le da el alta cuando vuelve a ser funcional en todas sus áreas afectadas».

Durante la primera oleada de la pandemia atendieron a un total de cuarenta pacientes en el programa y en esta segunda a quince. «Estamos muy satisfechos con los resultados. Pese a ser pacientes muy frágiles, prácticamente ninguno ha reingresado y la mortalidad ha sido muy escasa, pese a estar en una situación muy comprometida», indica el neumólogo Javier de Miguel.

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Fuente: ABC