El viaje del Rey

El Rey que eligió la democracia, para él y para España, pudiendo quedarse con la dictadura que le entregó Franco, de momento, se fue. No está todavía en República Dominicana, como se creyó al principio pero podría ir a este país en breve o a cualquier otro del mundo. No huye, se «traslada», porque ningún juez le persigue. El viaje de Don Juan Carlos, en paradero no confirmado, fue un notición en los periódicos de la América hispana. Para muchos de estos países, a diferencia de lo que pasa estos días en España, la transición y nuestra democracia, siguen siendo un ejemplo gracias al antiguo monarca. En la decena de Cumbres iberoamericanas a las que asistí, el padre de Felipe VI siempre fue el rostro de aquel cambio, un protagonista reconocido por todos, incluidos Fidel Castro y Hugo Chávez. Ambos caudillos, cubano y venezolano, admiraban y respetaban el trabajo (sí, trabajo) de un jefe de Estado capaz de renunciar a esa herencia franquista que le regalaba todo, sin tener garantizado nada. Buena parte de la comunidad iberoamericana sentía y así lo expresaba en las Cumbres y en las visitas oficiales, que el Rey de España -y la reina Sofía- eran también un poco suyos. El discurso del imperialismo y la demonización de la conquista de América, del trasnochado eje bolivariano sólo eran coartadas de líderes demagógicos. Hasta Cristina Kirchner y su difunto marido posaban para la revista Hola, en El Calafate, presumiendo de la compañía real. Es famosa la anécdota de la viuda y actual vicepresidenta, cuando un periodista clamaba: «Reina, Reina, por favor, unas palabras» y ella, suelta de cuerpo, se giró y preguntó: «¿Cuál reina, cuál de las dos?». Con Don Juan Carlos nadie, cara a cara, se animaba -ni deseaba- crear un conflicto o una situación tensa. Además de respeto, en la mayoría había afecto sincero. En la Cumbre de Santiago de Chile, cuando Hugo Chávez perdió el control en su borrachera retórica contra José María Aznar y el Rey le dijo lo que otros no se atrevían: «¡Por qué no te callas!», muchos pensaron que las relaciones cordiales se habían terminado para siempre. Se equivocaron. Chávez, finalmente y pasado un tiempito, volvería a darle un apretón de manos. Por otro, jamás lo hubiera hecho. La foto del elefante, lo de Corina y los millones del jeque árabe rebajaron la popularidad del Rey padre pero nunca el reconocimiento por devolver y sostener la democracia.. Hoy, aquel hombre que conoce secretos inconfesables de otros, se fue de España pero volverá. Guarda silencio y dan ganas de decirle, no te calles, aunque sería un mal consejo. La historia, la de verdad, hablará por él. Y, en su caso, sí, le absolverá. El Rey que eligió la democracia, para él y para España, pudiendo quedarse con la dictadura que le entregó Franco, de momento, se fue al otro lado del Atlántico. La decisión despierta consenso en unos y críticas en otros. Los últimos lo ven como una rendición a este Gobierno de Podemos y Pedro Sánchez. Los primeros, como un batalla perdida para ganar la guerra, que no es otra que la supervivencia de la monarquía parlamentaria. El viaje -«traslado», según el comunicado-, de Don Juan Carlos a República Dominicana fue noticia en buena parte del mundo y en especial, en los periódicos de las Américas. Para muchos de estos países, a diferencia de lo que pasa estos días en España, la transición y nuestra democracia, siguen siendo un ejemplo, gracias al antiguo monarca. En la decena de Cumbres iberoamericanas a las que asistí, Don Juan Carlos siempre fue el rostro de aquel cambio, un protagonista reconocido por todos, incluidos Fidel Castro y Hugo Chávez. Ambos caudillos, cubano y venezolano, admiraban y respetaban el trabajo (sí, trabajo) de un jefe de Estado capaz de renunciar a esa herencia franquista que le daba todo y lograr, por la fuerza de los votos, convertirse en garante de una democracia verdadera. La comunidad iberoamericana sentía y así lo expresaba en las Cumbres y en las visitas oficiales, que el Rey de España -y la reina- eran también un poco suyos. El sentimiento perdió pasión con la foto del elefante y lo de Corina pero no desapareció. En Santiago de Chile, cuando Chávez perdió el control en su borrachera retórica contra Aznar y el Rey le dijo lo que otros no se atrevían: «¡Por qué no te callas!», muchos pensaron que las relaciones cordiales se habían terminado para siempre. Se equivocaron y ambos -pasado un tiempito- volverían a darse un apretón de manos y a escucharse sin rencor. Hoy, aquel hombre que conoce secretos inconfesables de otros, se fue de España pero volverá. Guarda silencio y dan ganas de decirle, no te calles aunque sería un mal consejo. La historia, la de verdad, hablará por él. Y en su caso, sí, le absolverá.
Fuente: ABC