El relato y el contrarrelato sobre la muerte de Osama bin Laden

Era la noche del 1 de mayo de 2011 cuando millones de estadounidenses –convocados de manera extraordinaria– se reunían ante sus televisores para escuchar al presidente Barack Obama. El inquilino de la Casa Blanca, que había traspasado ya el ecuador de su primer mandato, tenía que hacer un anuncio importante para la nación. Con un tono sobrio, que intentaba contener la satisfacción personal que sentía interiormente, comenzó su intervención:

«Esta noche, puedo informar al pueblo estadounidense y al mundo que Estados Unidos ha llevado a cabo una operación que mató a Osama bin Laden, el líder de Al Qaida, y un terrorista responsable del asesinato de miles de hombres, mujeres y niños».

Sus siguientes palabras las dedicó a recordar

el origen y el camino que había llevado hasta esta acción, que en pocos minutos era recogida por medios de comunicación de todo el mundo. También alabó los logros de EE.UU. en la lucha antiterrorista:

«Durante los últimos 10 años, gracias al trabajo incansable y heroico de nuestros militares y nuestros profesionales de la lucha contra el terrorismo, hemos logrado grandes avances en ese esfuerzo. Hemos interrumpido los ataques terroristas y fortalecido la defensa de nuestra patria. En Afganistán, eliminamos al Gobierno talibán, que les había dado refugio y apoyo a Bin Laden y a Al Qaida. Y en todo el mundo, trabajamos con nuestros amigos y aliados para capturar o matar a decenas de terroristas de Al Qaida, incluidos varios que formaron parte del complot del 11 de septiembre», señaló Obama. «Sin embargo, Osama bin Laden evitó la captura y escapó a través de la frontera afgana hacia Pakistán –explicó–. Mientras tanto, Al Qaida continuó operando desde esa frontera y operando a través de sus afiliadas en todo el mundo». «Así –continúa el presidente–, poco después de asumir el cargo, le ordené a Leon Panetta, el director de la CIA, que hiciera del asesinato o captura de Bin Laden la máxima prioridad de nuestra guerra contra Al Qaida, incluso mientras continuamos nuestros esfuerzos más amplios para interrumpir, desmantelar y derrotar a su red».

El mandatario elogia en su intervención los esfuerzos y el trabajo desarrollado por la inteligencia de EE.UU., obviando la colaboración de la inteligencia paquistaní.

«En agosto pasado, después de años de arduo trabajo por parte de nuestra comunidad de inteligencia, se me informó sobre una posible pista de Bin Laden. Estaba lejos de ser seguro, y se necesitaron muchos meses para ejecutar este hilo. Me reuní repetidamente con mi equipo de seguridad nacional a medida que desarrollábamos más información sobre la posibilidad de que hubiéramos localizado a Bin Laden escondido dentro de un complejo en las profundidades de Pakistán», relató Obama aquella anoche de mayo de 2011. «Y finalmente, la semana pasada, determiné que teníamos suficiente inteligencia para actuar y autoricé una operación para atrapar a Osama bin Laden y llevarlo ante la justicia».

«Hoy, bajo mi dirección -continúa-, Estados Unidos lanzó una operación selectiva (Operación Gerónimo) contra ese complejo en Abbottabad, Pakistán. Un pequeño equipo de estadounidenses llevó a cabo la operación con un valor y una capacidad extraordinarios. Ningún estadounidense resultó herido. Se cuidaron de evitar víctimas civiles. Después de un tiroteo, mataron a Osama bin Laden y se llevaron su cuerpo».

El relato ‘oficial’ entraría en controversia con el ofrecido años después por el periodista Seymour Hersh. Estos dos últimos párrafos contendrían afirmaciones que el reportero calificó de «falsas», según la investigación que publicó en mayo de 2015 en la ‘London Review of Books’, bajo el título ‘El asesinato de Osama Bin Laden’.

Periodista incómodo

Periodista incómodo para el poder, Hersh, premio Pulitzer por su trabajo de investigación que reveló la matanza de civiles en My Lai en 1969, durante la Guerra de Vietnam; y que desveló el escándalo de torturas en la prisión de Abu Ghraib en Irak en 2004, ha desarrollado su carrera –gracias a las fuentes que ha cultivado durante décadas– arrojando luz sobre las decisiones más oscuras de las distintas Administraciones de EE.UU. Esto le ha supuesto a Hersh numerosos desencuentros con sus editores. Las presuntas falsedades sobre la muerte del líder de Al Qaida no fueron una excepción. No pudo escribir su investigación bajo la cabecera que le acogía en ese momento, ‘The New Yorker’, lo que estuvo a punto de llevarle a dimitir, y buscó refugió en la publicación británica, que confió en sus fuentes –ahora «agotadas» para el semanario estadounidense, que con anterioridad había publicado otras historias sustentadas en ellas–.

«El hecho de que hubiéramos capturado a Bin Laden con el apoyo de generales que dirigían la inteligencia pakistaní y de que después los hubiéramos traicionado era demasiado grave para no contarlo», argumenta Hersh en su autobiografía ‘Reportero. Memorias del último gran periodista americano’ (Península), publicada en 2019, en la que detalla el ‘making of’ de sus reportajes más célebres y controvertidos.

En el libro, el periodista relata cómo la muerte de Bin Laden supuso una enorme inyección de popularidad para las aspiraciones de Obama a la reelección, «y el Gobierno, como habría hecho cualquier Gobierno, le sacó el máximo partido».

La historia heróica, con la que el presidente quería cerrar las heridas del pueblo americano abiertas casi diez años antes, no era sin embargo fiel a los hechos, según la versión ofrecida por Hersh: «Al cabo de unos días supe, por informaciones procedentes del interior de Pakistán, que existía una realidad mucho más compleja». El periodista se refiere a la estrecha colaboración que habían mantenido la Administración Obama y los servicios de inteligencia de Pakistán para lograr dar captura… y muerte al enemigo público número 1 de EE.UU.

La operación

En su extenso (10.128 palabras) artículo ‘El asesinato de Osama Bin Laden’ (que se convertiría en un libro en 2016), Hersh califica de «falso» que los servicios de inteligencia de Pakistán no fueran avisados con antelación de la redada en el complejo de Abbottabad, donde se encontraba el líder de Al Qaida, como afirmaba la versión oficial.

Entre las informaciones que manejaba el periodista, obtenidas de fuentes estadounidenses, había varias que desmentían el relato de la Administración Obama: Bin Laden no vivía escondido en el complejo de Abbottabad, sino que era prisionero del Gobierno de Pakistán desde 2006; asimismo, los mandos del ejército y de la inteligencia de ese país eran conocedoras de la operación de EE.UU. contra el terrorista hasta el punto de que «se aseguraron de que los dos helicópteros que transportaban a los Seals pudieran cruzar el espacio aéreo paquistaní sin activar ninguna alarma». También cortaron el suministro eléctrico.

Hersh también desmiente que EE.UU. se enterara del paradero tras rastrear a uno de sus mensajeros, sino a través de un exalto cargo de inteligencia paquistaní, que reveló el secreto a cambio de la recompensa que ofrecía EE.UU: 25 millones de dólares.

La Administración de Obama lograría la cooperación de Pakistán, que en otoño de 2010 seguía insistiendo que no tenía información sobre el paradero del terrorista, a través de la liberación de ayuda militar (EE.UU. retrasó el suministro de 18 aviones de combate F-16) así como de «‘incentivos’ personales» financiados «con fondos de contingencia del Pentagono», señala en su artículo Hersh.

La razón por la que Pakistán había mantenido en secreto la captura de Bin Laden ante EE.UU. era sencilla: lo convirtió en su rehén y en un «recurso» para Pakistán. «Le hicieron saber a los líderes talibanes y de Al Qaida que si llevaban a cabo operaciones que chocaban con los intereses de la inteligencia paquistaní, nos entregarían (a EE.UU.) a Bin Laden», relata Hersh.

Anuncio apresurado

Según el periodista, el plan inicial era que la noticia de la redada en el complejo de Abbottabad no fuera anunciada de inmediato, «que la muerte de Bin Laden no se hiciera pública hasta después de siete días o tal vez más». De esta manera había tiempo para construir el relato oficial que se iba a trasladar al mundo. Según las fuentes consultadas por el Pulitzer, la intención de Obama era anunciar que gracias a un análisis de ADN se había confirmado que Bin Laden había sido abatido en un ataque con drones en el Hindu Kush, junto a la frontera con Afganistán (algo que se sabía mucho antes, pues era necesaria esa confirmación para llevar adelante la Operación Gerónimo). De esta manera, EE.UU. quería asegurar que Pakistán no había participado en la operación, y así evitar «protestas violentas» en un país donde gran parte de la población idolatraba al líder de Al Qaida.

La muerte de Bin Laden

Sobre cómo fue la muerte de Osama bin Laden también existen discrepancias. La versión oficial señala que fue abatido a tiros, cuando el terrorista intentó echar mano de un AK-47. Según la Administración Obama la intención era capturarlo y no matarlo. Sin embargo, según el artículo de Hersh, estaba claro que «Bin Laden no sobreviviría» al ataque. «Fue clara y absolutamente un asesinato premeditado». Un excomandante de los Seals aseguró a Hersh: «No íbamos a mantener vivo a Bin Laden, para permitir que el terrorista viviera». Sin embargo, las versiones oficiales de la Administración estadounidense aseguraron una y otra vez que su intención era capturar al terrorista con vida.

En su texto, Hersh recoge que un exalto funcionario de la inteligencia paquistaní había informado al jefe de la estación de la CIA en Islamabad, Jonathan Bank, que la salud de Bin Laden estaba muy deteriorada, por lo que se le había pedido a un médico y miembro del ejército paquistaní, Amir Aziz, trasladarse cerca para brindarle un tratamiento. «La verdad es que Bin Laden era un inválido, pero no podemos decir eso», manifestó el funcionario retirado.

El relato de la Casa Blanca no podía revelar que había matado a un anciano enfermo, por lo que tejió otro relato que le permitiera salir airoso de un presunto acto ilegal. Así aseguró que fue disparado cuando intentaba coger un arma.

«Sabían dónde estaba el objetivo: tercer piso, segunda puerta a la derecha», dijo al periodista un funcionario retirado, que le confesó que «Osama estaba acobardado y se retiró al dormitorio. Dos tiradores lo siguieron y abrieron. Un golpe muy simple, muy directo y muy profesional». Según el reportaje, algunos de los SEAL se horrorizaron más tarde ante la insistencia inicial de la Casa Blanca de que habían disparado contra Bin Laden en defensa propia, dijo el funcionario retirado. ¿Seis de los mejores suboficiales más experimentados de los Seals, enfrentados a un civil anciano desarmado, tuvieron que matarlo en defensa propia? La casa estaba en mal estado y Bin Laden vivía en una celda con rejas en la ventana y alambre de púas en el techo. Las reglas de enfrentamiento eran que si Bin Laden presentaba alguna oposición, estaba autorizado a emprender acciones letales. Pero si sospechaban que podría tener algún medio de oposición, como un chaleco explosivo debajo de su túnica, también podrían matarlo. «Así que aquí está este tipo con una bata misteriosa y le dispararon. No es porque estuviera buscando un arma. Las reglas les daban autoridad absoluta para matar al tipo», escribe Hersh. La posterior afirmación de la Casa Blanca de que sólo le dispararon una o dos balas en la cabeza fue una «mierda», corrobora el funcionario retirado.

Tras la muerte del terrorista, uno de los principales dilemas era si respetar el acuerdo de esperar una semana antes de hacer el anuncio. El accidente de uno de los dos helicópteros Blackhawk que participaron en la operación, dejaba la puerta abierta a no cumplirla, pues era seguro que se produciría alguna filtración. Obama tomó la decisión de hacer público de manera inmediata la noticia, porque «esperar disminuiría el impacto político», en opinión de Hersh.

¿Qué pasó con el cuerpo?

Otro de los temas controvertidos fue qué se hizo realmente con el cadáver de Bin Laden. Según la versión oficial se le dio un entierro en el mar, respetando la tradición islámica. Esta versión, según el artículo publicado en la revista británica, fue consecuencia de haber adelantado la fecha del anuncio de la muerte de Bin Laden, ante el que la gente quería saber dónde estaba el cuerpo, y este no existía. Según una fuente de Hersh, algunos miembros del equipo de los SEAL se habían jactado con sus colegas que habían hecho pedazos el cuerpo de Bin Laden a tiros. Los restos, incluida su cabeza, fueron metidos en una bolsa para cadáveres y, durante el vuelo en helicóptero de regreso a Jalalabad, algunas partes del cuerpo fueron arrojadas sobre las montañas del Hindu Kush, o eso afirmaron ellos», recoge el reportaje.

Los documentos encontrados en Abbottabad

También divergen las versiones sobre lo que se encontró en el complejo de Abbottabad. Y que tanto ríos de tinta provocó en los medios. La oficial habla de material de alto valor, que confirmaba que Bin Laden estaba activo. El ‘Washigton Post’ publicó que los materiales encontrados habían dado lugar a un informe de 400 páginas y al arresto de varios sospechosos. Hersh se hace a su vez del análisis de otro periodista, Patrick Cockburn, quien tras examinar las traducciones que había realizado un centro especializado en terrorismo, consideró que estos documentos mostraban a un Bin Laden «delirando», que tenía «un contacto limitado con el mundo exterior».

Reacciones y ataques

La publicación del reportaje de Seymour Hersh provocó un terremoto político y mediático. La CIA consideró la historia «una completa tontería», según publicó ‘The Washington Post. El portavoz de la Casa Blanca en aquellos momentos, Ed Price, afirmó que tenía «demasiadas inexactitudes y afirmaciones infundadas». Price insistió en que el conocimiento de la operación se limitó «a un círculo muy pequeño» de altos funcionarios estadounidenses. «El presidente (Obama) decidió desde el principio no informar a ningún gobierno, incluido el de Pakistán», del que, subrayó, seguían siendo «socios» en la lucha contra Al Qaida. «Pero esta fue una operación estadounidense de principio a fin».

Las críticas y cuestionamientos no solo vinieron de la Administración estadounidense, también de los propios compañeros de profesión de Hersh, como el analista de la CNN, Peter Bergen –él mismo autor de un libro sobre la operación en Abbottabad–, que calificó el artículo de «fárrago de tonterías, que se contradice con multitud de relatos de testigos presenciales, hechos incontestables y simple sentido común».

Aquellos comentarios parece que no hicieron mucha mella en Seymour Hersh, quien cierra su autobiografía con esta confesión: «Esta profesión es maravillosa. He pasado la mayor parte de mi carrera escribiendo historias que cuestionan el relato oficial, me han recompensado generosamente por ello y solo me ha causado ligeros sufrimientos. No la cambiaría nunca».

El reportaje de Hersh recibió más de dos millones de visitas durante el primer mes de publicación. Entre los numerosos comentarios que recibió destaca el de un ciudadano de Carolina del Sur: «En cuanto a la historia de Seymour Hersh, los hechos son los siguientes: 1) Osama bin Laden orquestó los ataques terrorista del 11 de septiembre en Estados Unidos. 2) La CIA averiguó dónde vivía. 3) Los Navy Seals de los EE.UU. lo mataron. Fin de la historia. A la mayoría de los estadounidenses no les importa un carajo los detalles de la operación».

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Fuente: ABC