El giro hacia una democracia iliberal

 

Como diría Jacques Derridas, nuestra democracia necesitaría democratizarse. Con retórica plena de insultos, difamaciones, ostentación viril, sadismo y goce al hablar de la destrucción del Estado, es imprescindible prestar atención a la curva peligrosa que se avecina.

En 2016, el entonces Primer Ministro italiano, Matteo Renzi, mantuvo un encuentro privado con el líder chino Xi Jinping. Cuenta Renzi que el líder chino, en un tono premonitorio le manifestó que no podría saber si China llegaría a ser una democracia con los cánones liberales occidentales, pero que estaba seguro de que las democracias de Occidente iban camino a ser regímenes democráticos más similares a los de su contraparte.

La democracia se define a partir de un conjunto de normas legales que establecen quién tiene la autoridad para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos las lleva adelante. Esta definición de carácter operativa hace hincapié en las condiciones en que se llega al poder y cómo éste se ejerce. Esta descripción mínima, cabría complementarse con una definición sustancial, que exponga los valores que la democracia busca promover y las instituciones que los protegen.

Son las discusiones políticas en torno a dichos valores los que motorizaron los giros democráticos a lo largo de la historia. A medida que las sociedades se desarrollan, los valores que las democracias deben promover se ponen en discusión. De esta manera, la democracia que nació con la defensa de los derechos civiles y políticos, en el siglo XIX, debió adaptarse a las nuevas demandas del siglo XX, incorporando derechos económicos, sociales y culturales. Hoy no se puede pensar en un gobierno democrático que no fomente los derechos de diversidad o de acceso a internet.

En su gran mayoría, estos giros democráticos se dieron en un sentido de ampliación, inclusión y promoción de derechos. Sin embargo, es menester señalar los giros acontecidos en las décadas del ´20 y ´30 en Europa, que decantaron en sistemas fascistas o totalitarios, o los de las décadas del ´70 en América Latina, donde se experimentaron giros democráticos restrictivos, excluyentes y opresivos, que devinieron en dictaduras.

En este sentido, la democracia no es un sistema estático, limitado a lo que es hoy. La democracia necesita democratizarse, dice Jacques Derridas, al destacar la curiosa situación en que la democracia es, al mismo tiempo, irrealizable en la actualidad, pero que posee una eficacia incuestionable en el presente. Ergo, se hace imprescindible prestar atención a cómo se desarrolla la discusión política y sobre qué valores se delibera en nuestro país, para poder anticipar el giro democrático por venir.

Por ello, se hace notorio el patrón narrativo que el presidente Javier Milei pone en la discusión política pública. Su retórica abarrotada de insultos, burlas, difamación y agravios es un ensañamiento hacia el “otro”, los diferentes. Con un mensaje vulgar y con datos apócrifos, la trama descarga la culpa en los kukas o los ensobrados. Las alusiones constantes al acto sexual como demostración de fuerza viril, el goce al hablar de la destrucción del Estado y la falta de empatía demostrada ante la delicada situación social, dan cuenta de un conjunto de principios y valores restringidos, acotados a los propios.
La opinión pública (como dice Mora y Araujo, la gente hablando entre sí) se hace eco de estos modos discursivos. La gestualidad hostil, los usos crueles de la comunicación (muy literales en los twitts presidenciales) y la selección de palabras sádicas, conforman un ideal de poder político que son reproducidos por la sociedad. Tanto de un lado, como del otro de la grieta.

Las democracias iliberales son aquellas que expulsan del espacio público a quienes disienten, limitando sus derechos civiles y políticos”

Lo anterior se condice con los sondeos de percepción social. Según Latinobarometro, a fines de 2023 (www.latinobarometro.org), en Argentina “quienes apoyan el autoritarismo son el 18%, con un crecimiento de cinco puntos respecto de 2020”. En junio, la consultora Taquión (www.taquion.com.ar) revelo que un 33% de la población nota un mayor individualismo, y un 26% percibe una mayor polarización.

Recientemente, la consultora Zuban Córdoba (www.zubancordoba.com) publicó en septiembre un aumento en la percepción social de la violencia, el odio y la intolerancia que alcanzan el 65%.

Estos indicadores muestran que la discusión política actual tiende a una fragmentación de la sociedad, a partir de crear una identidad política que niega la convivencia con el otro. A esta realidad, se agrega el desentendimiento por parte del gobierno respecto de la limitación al acceso de la información pública, el hostigamiento a periodistas, y el “linchamiento virtual” a través de trolls para quienes osan disentir. Todas acciones que atentan contra la libertad de expresión.

Se hace imprescindible prestar atención a cómo se desarrolla la discusión política y sobre qué valores se delibera en nuestro país, para poder anticipar el giro democrático por venir

Con ello, pareciera que la Argentina está experimentando un giro democrático restrictivo, más afín a la idea de democracia iliberal. Este concepto, propuesta por Fareed Zakaria, publicado en Foreign Affairs en 1997, describe estos tipos de regímenes como un sistema en el cual la democracia se desarrolla en su carácter operativo (hay elecciones), pero el sistema liberal-constitucional de garantías de derechos no tiene lugar como valor sustancial.

Las democracias iliberales son aquellas que expulsan del espacio público a quienes disienten, limitando sus derechos civiles y políticos. Rusia, Hungría, Turquía e India son algunos ejemplos”

La democracia es un sistema que gestiona, mediante el dialogo, el conflicto que existe en la sociedad. Toda democracia debe alojar al “otro”, al que piensa distinto, sin imposición alguna. Cerrar este dialogo es negar al otro, imponiendo una única verdad. Como dice Emmanuel Levinas, la totalidad es hacer de lo propio, lo único. otro, imponiendo una única verdad. Como dice Emmanuel Levinas, la totalidad es hacer de lo propio, lo único.

Por Facundo Odasso-Profesor Superior Universitario (UCA); Licenciado en Ciencia Política (UNR); Diplomado en Gestión Pública (UCC); analista político y docente-Perfil

FUENTE: chptnoticias.com