El nuevo cementerio de inmigrantes que ha traído el Brexit

Pese a estar en pleno invierno y a la mala fama del clima en las islas británicas, el sol brilla esplendoroso en Dover un jueves de enero en un cielo sin una sola nube. El mar, de un azul intenso, está como un plato. Hace frío, y que nadie se llame a engaño al ver a tres mujeres que rondan los setenta y que se meten a las gélidas aguas que bañan la costa de Dover para salir diez minutos después. Elogio en voz alta su valor cuando pasan a mi lado, y una de ellas me responde que lo hace siempre que el tiempo lo permite porque «el mar es vida».

Una frase cargada, sin intención, de ironía, considerando que hace solo un par de meses 27 personas murieron en ese estrecho entre Reino Unido y Francia en la peor tragedia desde que se registran datos.

Y no han sido los únicos. Aunque no hay un recuento certero y oficial, se calcula que unas 150 personas se han ahogado intentando alcanzar territorio británico en los últimos cinco años, aunque los datos no son del todo fiables y las oenegés denuncian que podrían ser mucho más. Solo el año pasado, alrededor de 30.000 personas, según datos del gobierno británico y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, intentaron el peligroso cruce entre Francia y el Reino Unido.

Las llegadas se suceden día tras día. Este soleado jueves en Dover la Royal National Lifeboat Institution, la organización que rescata a los inmigrantes en el mar, confirmó que solo unas horas antes, a las 6 de la mañana, habían llevado hasta la ciudad a unas 30 personas, después de recibir un aviso de que algunas embarcaciones pequeñas estaban a la deriva en una madrugada helada. Uno de ellos era un bebé envuelto en una manta.

«En el Reino Unido, por lo general, quienes vienen en pateras no llegan a la costa como en España, ya que la mayoría son recogidos en el mar», explican desde la organización. «Es raro que lo primero que vean al llegar a tierra sean los yates fondeados en la marina», me comenta Fatema Asil, una enfermera siria de origen kurdo que ahora ejerce como trabajadora social. Mientras miramos los yates al lado de la embarcación de salvamento, me cuenta que llegó al país hace unos años en un camión. «Mi novio intentó cruzar también después pero no pudo. Se planteó hacerlo por el mar pero se echó atrás porque es demasiado peligroso, yo le pedía que no lo hiciera», dice, antes de lamentar que no sabe cuándo lo volverá a ver.

Ella no puede salir del país hasta dentro de un par de años por los requisitos de la solicitud de asilo, que define como «un infierno burocrático» y él no tiene posibilidad de entrar «pese a que lo ha intentado por todos los medios legales». Es enfermero como ella y tienen familia en Reino Unido. «Y este país necesita profesionales sanitarios, sobre todo después de que muchos europeos se fueran por el Brexit». apunta. Su relación continúa a distancia, y el consuelo de Fatema es que al menos están vivos los dos y que la idea de cruzar por el Canal está descartada.

No piensan lo mismo las 2.000 personas, entre ellas 300 menores, que según estima Human Rights Watch viven en condiciones infrahumanas en Calais y que están esperando su oportunidad para cruzar. Muchos más podrían animarse debido a que, según reportes de las oenegés, tras la tragedia de noviembre los traficantes de personas han bajado el precio de la travesía. Si antes pedían unos 3.000 euros por persona, ahora han bajado el precio a cerca de 2.000 debido al riesgo de morir. A finales de noviembre, funcionarios de Francia, Holanda, Bélgica, la UE, Frontex y Europol se reunieron en Calais en un encuentro que pretendía poner soluciones sobre la mesa y en el que culparon a las redes de contrabandistas de las muertes en el mar.

«Francia no permitirá que el Canal de la Mancha se convierta en un cementerio», reaccionó el presidente francés Emmanuel Macron tras la tragedia de noviembre, pero esta promesa podría ser difícil de cumplir. Las organizaciones que trabajan con inmigrantes y refugiados aseguran que, pese a que los números son mucho menores que en el Mediterráneo, cada año hay más personas dispuestas a hacerse a la mar en pequeñas embarcaciones hinchables desde la costa francesa, y muchas, inevitablemente, morirán, en unas aguas no solo frías, sino normalmente agitadas y con fuertes corrientes que hacen que la travesía sea considerada una de las más peligrosas del mundo.

Aunque se intenta repatriar a los fallecidos a sus lugares de origen, no siempre es posible y en los cementerios de Calais hay tumbas anónimas con placas que simplemente dicen ‘Monsieur X’ (señor X) o ‘Madame X’ (señora X), junto al año, y en Francia hay asociaciones que se dedican a dar un entierro digno a gente de la que sus familias no volverá a saber nada.

No consta que suceda lo mismo en territorio británico. Lo que sí hay en Dover es un cementerio de pateras en una nave industrial, inaccesible para la prensa y cuyas únicas imágenes disponibles fueron tomadas con drones, confirmaron a ABC fuentes policiales. Se guardan «como evidencia» para investigaciones sobre bandas de contrabando de personas.

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Fuente: ABC