Bountygate

Desde Watergate -nombre del complejo de oficinas y apartamentos más emblemático de la capital federal, sin contar la Casa Blanca- resulta demasiado fácil etiquetar los continuos escándalos, desde lo banal a lo siniestro, que genera la política de Estados Unidos. Desde hace unos días, el socorrido sufijo «+gate» ha reaparecido en relación con los sospechados «incentivos» (bounty: recompensa) que los servicios de inteligencia rusos venían pagando a grupos integristas por matar a soldados americanos en Afganistán. La historia en sí no debería escandalizar demasiado a tenor de lo que hizo EE.UU. tras la invasión soviética de Afganistán en 1979. Como parte de la peliculera guerra de Charlie Wilson, los americanos ayudaron a convertir en una pesadilla aquella última aventura militar de la doctrina Breznev, facilitando armas y dinero a la resistencia afgana. Todo un ejemplo de acción encubierta con un altísimo precio para las dos superpotencias implicadas. La ingente factura y los dolorosos sacrificios de la intervención en Afganistán contribuyeron al hundimiento de la Unión Soviética. Y de los freedom-fighters afganos, subvencionados por la Administración Reagan en el contexto de la Guerra Fría, eventualmente terminaron por emerger Osama bin Laden, Al Qaida, el 11-S y la también desastrosa implicación americana en Afganistán. Del llamado Bountygate, la parte que salpica directamente a la Casa Blanca es la información de que el presidente conocía desde hace meses estas actividades hostiles de Moscú y no hizo nada. De ahí, las exigencias bipartidistas para lograr una investigación del Congreso y una explicación de porqué no se ha exigido responsabilidades a Putin por su nostálgica venganza afgana. En horas bajas, Trump ha reaccionado tarde y mal, repitiendo su tarantantán conspirativo sobre el Estado Profundo y la fiscalización periodística como Fake News. Durante tres días, la Casa Blanca ha dudado si la defensa más efectiva del comandante en jefe era la negligencia o la ignorancia. El gran problema de fondo es que Trump, como demostró en su infame cumbre del 2018 en Helsinki, no tiene credibilidad alguna en todo lo referente a Rusia.
Fuente: ABC